Estas deidades de la Muerte, a menudo eran invocadas también por todo aquel que solicitaba su Poder. Se han encontrados numerosos restos de cráneos y hermosas ilustraciones en códices, que demuestran el culto a la muerte de estos antiguos pueblos américanos. La colonización española logró disminuir su culto, pero no erradicarlo. Permaneció así oculto hasta el siglo XIX, momento en que tuvo un nuevo resurgir.
En el culto a la Santa Muerte, se ve a la muerte como algo indisoluble a la propia existencia. La Muerte se encarga de la penosa tarea de dar fin al ciclo natural de nuestra vida terrenal. Recibe su poder de Dios, a quien debe obediencia.
Los que veneran su figura, por tanto, la ven como “alguien” justo que equilibra la balanza, ya que todos vamos a morir. Por ello no es recomendable pedir el mal para otra persona. Siempre que solicitemos algún favor a la Santísima, es imprescindible realizarle las ofrendas correspondientes, que pueden ser muy diversas: veladoras, flores y plantas, objetos símbolicos, alguna promesa o penitencia, … Ella siempre espera que se cumplan éstas, por lo que no es nada recomendable ofrecerle algo que no se tiene la seguridad que podamos cumplir.
Aquellos que la veneran tienen un trato mucho más cercano con la Muerte, más de amistad y sinceridad, en lugar del temor habitual que impregna su visión a la mayoría de las personas. Es un miembro más de la familia al que no hay que temer, ni por supuesto, faltarle el respeto.
Esta relación tan próxima que tienen sus seguidores, les hace ver la vida con otra actitud. Se tiende a reflexionar sobre el verdadero sentido de nuestra existencia y aquello que realmente nos hace más felices.